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PATRONES DE ADAPTACIÓN INFANTILES: CÓMO SE MANIFIESTAN EN LA VIDA ADULTA.

  • Foto del escritor:  Mireia Sánchez | Psicóloga sanitaria
    Mireia Sánchez | Psicóloga sanitaria
  • hace 11 minutos
  • 4 Min. de lectura

Cómo nuestras defensas infantiles siguen actuando en la vida adulta

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Desde que nacemos, nuestro entorno (la familia, profesores, amistades, la cultura,..) nos enseña —de forma explícita o implícita— qué partes de nosotros son bienvenidas y cuáles no. En esas primeras etapas, desarrollamos maneras de estar en el mundo, sentir y expresar nuestras emociones que nos ayudan a obtener seguridad, amor, aceptación o validación, o simplemente a sobrevivir emocionalmente. Esos patrones de funcionamiento y de regulación emocional fueron, en su momento, maneras adaptativas e inteligentes (buscan el menor daño posible)  a un contexto determinado. Porque cuando somos pequeños siempre elegimos los vínculos antes que el “yo”, es decir, siempre se prioriza preservar y proteger las relaciones a pesar de que eso juegue en contra de nuestra identidad. 


Con el tiempo, sin embargo, esas mismas estrategias pueden convertirse en patrones automáticos que en realidad ya no nos protegen, sino que nos alejan de nosotros mismos y nos desgastan, y nos impiden construir vínculos sanos con los demás. Nos olvidamos que siendo adultos, podemos elegir y de que hay salida. 


Cada persona encuentra su propio modo de protegerse. A continuación os detallo algunas estrategias de adaptación:


Algunos aprendieron a complacer: estar atentos a lo que los demás necesitan, anticipar sus deseos, adaptarse para evitar el conflicto o asegurar el afecto. 


Beneficio: Esa complacencia pudo ser, de niños, una manera eficaz de sentirse aceptados. Y seguimos sintiendo que así es.

Coste: En la vida adulta puede traducirse en relaciones desiguales, trastornos de ansiedad,  agotamiento y dificultad para sentirnos suficientes. 


Otros aprendieron a exigirse al máximo: intentar llegar a una supuesta perfección, cuidar cada detalle, no fallar. 


Beneficio: Detrás de esa exigencia suele haber un anhelo de reconocimiento y una profunda necesidad de ser vistos como valiosos. 

Coste: Sin embargo, este patrón alimenta la ansiedad, la autoexigencia y la dificultad para descansar sin culpa.


Asimismo están quienes se refugian en el control o el dominio. 


Beneficio: Tomar el mando, decidir, mantener el poder puede haber sido una forma de no sentirse vulnerables.

Coste: Pero el control constante y la necesidad de estar “por encima del otro” erosiona la confianza y deja poco espacio a la espontaneidad o al vínculo genuino. 


También hay quienes crecieron aprendiendo a leer el entorno antes que a sí mismos.

Personas muy sensibles a las señales externas —los gestos, los tonos, los silencios—, que desarrollaron una gran hipervigilancia emocional.

Beneficio: Esa capacidad, que en la infancia servía para anticipar el peligro o adaptarse a los cambios de humor de los adultos, puede transformarse más tarde en una forma constante de alerta. 

Coste: vivir atentos a lo que los demás sienten, pero desconectados de lo propio.


Otros aprendieron a minimizar o racionalizar lo que sienten. Cuando el entorno no podía sostener la emoción, el pensamiento se convirtió en refugio. 


Beneficio: “Si lo entiendo, no duele tanto”. Así, el contacto con la emoción se sustituye por la explicación o la justificación. 

Coste: En la vida adulta, este patrón se manifiesta como exceso de control cognitivo, dificultad para conectar con el cuerpo o para identificar lo que realmente se necesita.


Y existe una defensa aún más invisible, pero muy presente en quienes han vivido trauma relacional:

Inhibir lo que se siente por miedo a incomodar, preocupar o provocar enfado. La huella que deja este aprendizaje es profunda:


Beneficio: “Cuando muestro cómo me siento, los demás se alteran o sufren. Por eso, es más rentable callar que arriesgarme a perder el vínculo o incrementar el daño.”

Así, la persona aprende a contener sus emociones, a minimizar lo que siente o a fingir calma.

Coste: En la vida adulta, este patrón puede generar aislamiento, soledad, somatización, una sensación constante de desconexión o no ser comprendido. 


Están quienes aprendieron a ser fuertes siempre. La vulnerabilidad fue leída como debilidad o riesgo, por lo que mostrarse afectado, pedir ayuda o reconocer el dolor quedó prohibido. 

Beneficio: refugiarse en ser fuertes les protege de sentirse vulnerables que está asociado a debilidad, porque sentir y mostrarse nunca fue una experiencia de seguridad. 

Coste: Este patrón, tan admirado socialmente, puede sostener una soledad silenciosa y una autoexigencia extrema, donde la ternura hacia uno mismo parece un lujo.


Y también hay quiénes, para asegurar su lugar o conservar el vínculo, aprendieron a ocupar roles dentro de la familia o del entorno: el mediador, el salvador, el que siempre calma o repara lo que otros rompen.

Beneficio: En la infancia, asumir estos papeles podía dar una sensación de visibilidad, pertenencia o valor; incluso era la única manera de sentirse necesarios.

Coste: Pero en la vida adulta, estos roles tienden a sostener relaciones donde el propio bienestar queda en segundo plano, y donde el reconocimiento depende de ser imprescindibles para los demás, en lugar de sentirse valiosos por quienes somos.



De la defensa a la conciencia: el camino terapéutico


Reconocer estos patrones no significa juzgarlos, sino entender que en su origen tuvieron sentido. La terapia no busca eliminarlos de golpe, sino dar espacio a la historia que cuentan: el miedo, el daño original, la necesidad emocional que perseguían, etc. 


A medida que los comprendemos, podemos dejar de funcionar desde el “modo defensa” para empezar a elegir desde el “modo presencia”: con más libertad, más conexión y más coherencia con lo que somos hoy.


El proceso terapéutico se convierte entonces en un viaje de regreso a uno mismo: de volver a sentir sin miedo, de aprender a estar con el otro sin perderse, y de reconocer que aquello que un día nos salvó, hoy podemos soltarlo con gratitud.


Para visualizar el video asociado a este artículo, podéis clicar en este enlace de youtube:



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Mireia Sánchez Psicóloga col.19650

Consulta de psicología sanitaria 

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