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  • Foto del escritor Mireia Sánchez | Psicóloga sanitaria

TRANSFORMACIÓN

Actualizado: 12 may 2021


En este último mes he iniciado cambios en mi vida y aunque me siento contenta y coherente con las decisiones tomadas, ahora estoy empezando a sentir la sensación de descontrol e inquietud que a veces producen los cambios y entrar en terrenos desconocidos. He apostado por vivir una vida más acorde con mi sentir y esto inevitablemente ha implicado pérdidas a pesar de los beneficios.


He bajado el ritmo de dedicación laboral y he cambiado la ciudad por un lugar rodeado de naturaleza. A pesar de ello mi mente aún parece que sigue inmersa en el ritmo frenético antiguo y pendiente de encontrar estímulos como ocurría en la ciudad. Me siento como una peonza que da vueltas tambaleándose sin parar sobre el suelo liso e inmóvil.


Aquí en la naturaleza los estímulos son sutiles y los ritmos lentos aunque constantes. En la naturaleza parece que nada ocurre, vives en la quietud, en lo permanente, pero te si sumerges atento en el silencio, no es para nada así.


Llevo un mes y medio rodeada del canto de los pajaritos, del sonido del viento que aúlla como un lobo salvaje al soplar fuerte, del aleteo de las mágicas mariposas coloreadas como si de un cuadro de Picasso hubieran salido, y en este tiempo he podido observar como en la quietud, en la calma más absoluta todo se transforma sin pausa. Llegué y el árbol del cerezo solo lucía ramas peladas y la higuera mostraba el mismo aspecto. Los rosales apenas enseñaban sus espinas en solitud en los tallos casi secos y en los otros árboles frutales asomaba tímidamente alguna que otra florecilla rosa y blanca. Pues en un mes y medio del cerezo brotaron flores y durante unas semanas un manto blanco de flores cubría el árbol rodeado de todo tipo de insectos: abejas, avispas, abejorros, escarabajos negros como el azabache,... era un festín sin fin para estos bichos que cada mañana acudían sin falta, como el que tiene que fichar en una empresa, al néctar de las flores, saboreando el dulzor de cada flor del árbol. Unos días más tarde las flores se cayeron pétalo por pétalo cubriendo ahora el suelo de colores blancos y rosados y de ahí brotaron hojas y tallos verdes cambiando el aspecto del árbol de una semana para otra, de rosa a verde, un verde nítido, vivo, nuevo. Y hace escasos días ya pude ver como están emergiendo las cerezas, pequeñas, verdes y de aspecto estoico, pegaditas todas ellas a los tallos que salen de las ramas. La verdad, no sé en qué momento crecieron, pero ahí están. E igual modo ocurre con la higuera, el albaricoque, el almendro, el manzano, el melocotonero, etc.


Parece que nada ocurre en la calma estremecedora de la naturaleza pero en realidad resulta apasionante darse cuenta de las transformaciones que se están produciendo en esta supuesta quietud.


Esto me hizo pensar en nosotros, en el ser humano. Somos materia, somos aire, somos agua, pertenecemos a este ciclo de transformación indudablemente; no somos los mismos que fuimos ni seremos los mismos que somos y esto es salud. La transformación, el cambio es algo inherente a los ciclos de la vida, a los ciclos del ser humano y de las relaciones que creamos. El cambio es lo único que permanece.


Quién se resista, quien se aferre a algo, a alguien, al pasado, a los recuerdos, quien ponga trabas al ciclo natural de la transformación, quien no quiera ser permeable ni fluya con la plasticidad que las experiencias nos aportan, quien no permita que la vida le entre y le desmonte para así aprender e integrar nuevos patrones y sustituir circuitos viejos por realidad nuevas,.... puede que sin darse cuenta se esté marchitando y petrificando por dentro.


Al árbol cuando se le caen las hojas parece que durante un tiempo está muerto pero en realidad se está renovando dentro del ciclo de la transformación para florecer de nuevo.


La transformación es salud y salud es vida.







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