top of page
Mireia Sánchez

El guerrero de la armadura dorada


A veces vivimos experiencias que nos generan mucho dolor y malestar, nos encontramos que además no sabemos cómo afrontarlas, no tenemos los recursos para ello o la situación nos supera de tal forma que nos desborda emocionalmente y quedamos atrapados en el sufrimiento sin ver una salida. Y es entonces cuando la única salida quizás es crear un mecanismo de defensa que nos ayude a sobrellevar la situación de manera más llevadera y menos dolorosa. Aunque a priori este mecanismo nos sirve y nos es útil, a la larga es posible que se convierta en nuestro peor enemigo. Y de aquí surge este cuento del Guerrero de la armadura dorada.

Erase una vez un guerrero. Cuentan las antiguas leyendas que este guerrero había recorrido largos trayectos y había luchado en arduas batallas, y que al final se había aposentado en una Península llamada Ibérica.

Era un guerrero legendario, le conocían por el guerrero de la armadura dorada. Los más ancianos de los poblados cuentan cómo este guerrero desertó de su tierra por propia voluntad. Un lugar que muchos describieron como algo muy parecido a un paraíso. Este lugar se hallaba entre mar y una colosal cordillera que lo envolvía, dotándole así de un espectacular paisaje.

El guerrero aunque había sido muy feliz recorriendo las calles, jugando y corriendo entre las montañas, disfrutando del calor y del amor de un hogar y una familia, también se vio durante diez años atrapado en una batalla que no era la suya, y a punto de autodestruirse, el guerrero decidió marchar lejos de esa tierra que le vio nacer y crecer.

Por aquel entonces cuentan que el guerrero aún no vestía su armadura por completo. Era ya brillante y recia, pero sólo le cubría la parte inferior del cuerpo. Ese viaje que decidió emprender duró largos años, con sus días e intensas noches. Atravesó continentes, mares y frondosas montañas, hasta que al fin encontró un pequeño pueblo a la vera del mar.

Y como peregrino en pueblo ajeno, le hicieron trabajar largas jornadas para ganar un poco de pan que llevarse a la boca y techo con el que refugiarse.

El guerrero convencido de su decisión en busca de una nueva experiencia que le otorgara la libertad arrebatada en su tierra, aguantaba de pie sin protestar.

Durante tres años se enfrentó a grandes monstruos: el miedo, la soledad, la mentira, el engaño, la distancia, la decepción, la traición, el aislamiento,...

Y pasaron los días y las noches y a ese guerrero sabio, paciente, bondadoso y voluntarioso no había monstruo que le ganase.

Con cada caída agarraba más fuerza para lograr al final levantarse. Y así el guerrero aprendió que cada caída era una victoria que celebraba en pie.

Y se fue transformando así en lo que las leyendas nombran como: El guerrero de la armadura dorada.

Ya que esa armadura tan pequeña que antes sólo le cubría medio cuerpo, ahora la lucía envolviéndole todo su cuerpo, destellando brillos de alegría, paz, lucidez, sensatez y amor. Era un guerrero indestructible. En su largo sendero en tierra lejana había conseguido renacer y reconstruirse a él mismo.

Había ganado la batalla a los monstruos, y ahora posaba reluciente en lo alto de las montañas con su fiel armadura dorada.

Hay una parte de los ancianos que cuentan la leyenda, que dicen que finaliza aquí la historia. Pero si te adentras en las profundidades de algunos poblados, la historia del guerrero de la armadura dorada continua....

Cuentan así sabios ancianos que la armadura casi mata al guerrero. Era tan grande su grosor y tan pesada su coraza, que por muy brillante y servicial que le fuera su armadura, asfixiaba lentamente al guerrero, oprimiéndole así el corazón.

El guerrero no podía comprender: ¿cómo algo que le había ayudado a sobrevivir en las batallas, que se había ido creando por sus triunfos, ahora le estaba comprimiendo el alma?

Lo que pasaba es que la armadura en su afán de ayudarle y protegerle de los monstruos, había olvidado que no sólo hay que salvaguardar el cuerpo y a la mente, sino también el corazón.

La armadura le había hecho olvidar al guerrero que no es más fuerte el que menos miedo tiene, sino el que reconoce que lo tiene y afronta sus temores. La armadura había encarcelado todas sus emociones y ahora éstas estaban asfixiadas. Por eso la armadura le pesaba tanto.

Así, cuentan que el sabio guerrero un día al amanecer, decidió hablar con su armadura. Le quería hacer entender y darle las gracias por lo útil y servicial que le había sido durante todos estos años, que seguramente sin ella no sería quien es ahora, y que él estaba muy orgulloso de quién era. Pero que era la hora de liberar a su corazón de la jaula y dejar que se expandiese en toda su plenitud.

La armadura entre lágrimas doradas comprendió lo que el guerrero le estaba diciendo, y como leal y fiel servidora lentamente se fue desprendiendo del cuerpo del guerrero, quedando éste completamente desnudo y expuesto a la vida.

El guerrero inmediatamente dejó de notar el peso y sintió como ahora ya no la necesitaba más porque su mente, su cuerpo y su corazón estaban en total coherencia y en equilibrio, aportándole la calma y la fortaleza que necesitaba, para afrontar la incertidumbre, la magia y todo lo que la vida le pudiese brindar. FIN.

Dedicado a todos los guerreros/as con o sin armadura

Mireia Sánchez

Psicóloga y terapeuta familiar

260 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page