
En los últimos 20 años las nuevas tecnologías y técnicas para estudiar el cerebro, como la resonancia magnética funcional, han podido establecer un mapa visual de la actividad del cerebro entregando informaciones relevantes sobre su estructura, organización y funcionamiento, así como su desarrollo, a partir de la concepción de un nuevo ser humano hasta las etapas más avanzadas de este ser humano en su vida adulta. A partir de estas informaciones es posible determinar desde cuándo y de qué manera el funcionamiento del cerebro permite la existencia de la mente humana. Lo que es más relevante es que sus investigaciones, sobre todo las realizadas en la últimas décadas, han demostrado que los cuidados, la estimulación y los buenos tratos que los adultos ofrecen a sus hij@s, juegan un papel fundamental en la organización, maduración y el funcionamiento sano del cerebro y del sistema nervioso (Perry, B., 2016, Van der Kolk B., 2015, Barudy, J. Dantagnan, M., 2010).
En la actualidad gracias a los estudios de epigenética e investigaciones de la neurociencia interpersonal, no hay ninguna duda que la salud mental de los bebés, niñ@s, adolescentes y futuros adultos está condicionada por la calidad de las relaciones interpersonales que los contextos humanos proporcionan a los niñ@s desde el periodo de su vida intrauterina.
Por ello os presento algunas curiosidades sobre el cerebro, la mente y cómo los buenos y malos tratos influyen en su funcionamiento, maduración y organización:
Cuando el bebé sufre experiencias traumáticas en la vida intrauterina (por consumo de tóxicos de la madre, exposición a contextos de pobreza y aislamiento, guerras, violencia machista,…) y antes de los 3 primeros años de vida (abandono, negligencia física y/o emocional, maltrato físico y psicológico, abusos sexuales) diversos estudios y la experiencia en la práctica clínica y terapéutica señalan que los daños en el cerebro del bebé son casi determinantes. No significa que el niñ@ no consiga desarrollarse funcionalmente en su vida adulta, pero este trauma temprano, complejo y acumulativo le da más sentido a la psicopatología en la vida adulta.
En contextos y situaciones de violencia conyugal, violencia parental, malos tratos, etc. el cerebro del niñ@ segregará serotonina**, que es una sustancia que usa el cerebro para proporcionarse placer y así auto-regularse ante el contexto maltratante. Pero si está situación es habitual y se repite, el cerebro al final agotará las reservas de serotonina. ¿Y qué significa esto? Pues que el cerebro desgastará los recursos naturales para auto-administrarse placer ante el estrés derivado de la violencia. Entonces al agotar los recursos naturales a una edad tan temprana, en el futuro ese adolescente-adulto probablemente tendrá más dificultades para auto-regularse de manera eficaz ante experiencias estresantes.
** Un dato a tener en cuenta: La serotonina se conoce socialmente por la hormona de la felicidad. Y los niveles bajos de esta sustancia se asocian a trastornos depresivos y obsesivos.
Asimismo el cerebro segrega CORTISOL ante una situación o estímulo estresante. Y esto es adaptativo si ocurre en momentos puntuales. Pero cuando los estresores son constantes y prolongados en el tiempo ( también conocidos como mórbidos), como por ejemplo en situaciones de violencia en el hogar, contextos de guerra, hostiles, etc., el cerebro se ve obligado a segregar con más frecuencia y en más cantidad cortisol para hacer frente a estas situaciones estresantes, y por lo tanto corre el riesgo de que se agoten las reservas de globulina que es la proteína que envuelve al cortisol para transportarlo en la sangre. Y si esto ocurre , que el cortisol queda libre en la sangre, por ejemplo cuando la mujer está embarazada, este cortisol traspasará la barrera placentaria y tendrá un impacto directo en la sangre del feto, en el cerebro en formación provocando posiblemente disfunciones importantes en diferentes áreas de este cerebro neonatal; ya que el cortisol puede nadar tranquilamente en el líquido amniótico (océano maravilloso para el bebé, lleno de proteínas). Además a partir del 5º o 6º mes de embarazo el niñ@ puede englutir el cortisol y los tóxicos porque ya se creó su aparato digestivo. Aquí nos encontramos entonces con los orígenes del trauma temprano e intrauterino.
La capacidad para controlar nuestros impulsos y las emociones se crea de afuera para dentro. Es decir, el autocontrol se adquiere a través de la satisfacción de las necesidades básicas del bebé y es tarea y función del cuidador/a descodificar la causa de la des-regulación. Por ejemplo: el niñ@ llora y la mamá le ofrece el pecho. El niño se calma porque hay una presencia de alguien que lo calma. Por lo tanto, a los niñ@s que no se les satisface adecuadamente sus necesidades básicas presentarán probablemente más alteraciones de auto-regulación, es decir, dificultades en la regulación emocional y conductual, lo que conocemos como falta de control de los impulsos, hiperactividad, etc.
Diversos estudios e investigaciones apuntan que la base de la creación del vínculo de apego entre la madre y el niñ@ es sensorial. Los niñ@s nacen con una atracción a apegarse debido a su experiencia comunicacional con la madre en la vida intrauterina (explicado en artículos anteriores). El líquido amniótico tiene un olor específico y especial, y este olor (que para el feto es un conocimiento sensorial) más la voz de la madre ya genera una determinada atracción hacia ésta. Lo más importante para que se cree un vínculo de apego seguro es la respuesta que ofrece el/la cuidador/a principal ante las necesidades y demandas del niñ@, como explicaremos en artículos posteriores. Pero también es esencial tener una impronta sensorial sana previa para realizar esta conexión, la cual se crea y se mantiene a través de una gestación bien tratante y en un ambiente seguro.
La amígdala es un órgano del sistema límbico o cerebro socio-emocional. Tiene la forma y es del tamaño de una avellana. Este cerebro o sistema emocional es el responsable de modular las emociones, el aprendizaje y determinadas conductas sociales, las pulsiones sexuales y agresivas, las respuestas de estrés; además de que interviene en la memoria implícita, de corto plazo y emocional. Asimismo asegura entre otras, cuatro áreas de supervivencia: alimentación, apareamiento, autodefensa y agresividad. En concreto la amígdala modula las emociones de agresividad, miedo y la pulsión sexual. Una función esencial de la amígdala es procesar el miedo en el condicionamiento conductual. Es decir, aprender que un estímulo o entorno está asociado a algún peligro, por lo que nuestro organismo debe prepararse para defenderse. Cuando las hormonas del estrés se liberan debido a una experiencia emocional amenazante, produciendo cortisol (como explicamos en un párrafo anterior), éstas se pueden inscribir en la amígdala en formas de recuerdos afectivos, lo que significa que el cerebro podrá predecir lo que puede pasar en el presente o en el futuro, a partir de acontecimientos del pasado. (Barudy, J.El cerebro organizado por los buenos tratos ). Entonces como hemos expuesto, cuando se presenta un estímulo o situación amenazante para la persona se activa la amígdala y si esto le ocurre por ejemplo a a una mujer que está embarazada a partir de el 4t mes del embarazo, cuando ya se ha desarrollado la amígdala en el feto, las sensaciones y experiencias que son amenazantes y/o placenteras para la madre ya se inscribirán también en la amígdala del feto. Por lo tanto, el bebé ya puede nacer con una tendencia emocional al miedo, a la tristeza o a la rabia.
Estas son solamente algunas curiosidades y ejemplos expuestos con el propósito de enriquecer y ampliar conocimiento para quién quiera leer y descubrir algunos aspectos de nuestra existencia y también para actualizarse en la visión y en la manera de entender nuestro neuro-desarrollo y los trastornos emocionales, conductuales, mentales,... tanto de los niñ@s como de los futuros adolescentes y adultos.
Ya que los trastornos mentales no son genéticos y no están condicionados a la biología individual de cada individuo, sino que tal y como documentan numerosos estudios e investigaciones desarrolladas en el campo de la neurociencia interpersonal y la epigenética, nuestro cerebro es un cerebro socio-emocional, es decir que las experiencias relacionales y los contextos en los cuales esté expuesto van a influenciar en su creación, desarrollo, funcionamiento y organización. Por todo lo expuesto con anterioridad, resulta tan importante y prioritario diseñar e implementar políticas institucionales de protección y de buenos tratos hacia la infancia.
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